Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación

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20 Junio 2016

Hna. María Maura Aranguren - Venezuela

Todos somos llamados. Toda vocación es un don de Dios. Cada uno ha de descubrir de qué manera puede vivir la vocación que ha recibido. Mi seguimiento a Jesús comenzó cuando tomé la decisión de hacer la Primera Comunión.
Entré en un camino de búsqueda, me atraían fuertemente las cosas del mundo: Tener éxito, cosas materiales, dinero, mucho dinero. Pero también me atraía fuertemente Dios. Llegué a identificarme mucho con el sacerdote de mi pueblo. Me gustaba que él fuera por los caseríos celebrando las misas, hablando con la gente. Y yo decía, quiero ser sacerdote, pero claro imposible, pues yo era mujer.
Un día llegó a mis manos un libro un poco deteriorado, roto, y sentí mucha curiosidad en leerlo. Era el Nuevo Testamento. Lo leí, todo, y me gustó mucho porque comencé a tener más conocimiento de Dios. De todo lo que leí, me impresionó mucho el “De qué le sirve al hombre, ganar el mundo entero, si pierde su alma”. “Sígueme” . Seguirle, me pregunté y cómo. Durante ese año, mi párroco invitó a las Hnas. de la Consolación a mi pueblo para que le ayudaran en la Semana Santa. Ellas fueron, ahí fue el momento para conocerlas, pues nunca había visto una monja. Pasé con ellas  toda la Semana Santa. Mi sorpresa fue que un día de esos, dije: “Por qué no hacerme monja”. Sentí miedo: ¿Podré?, ¿Si me equivoco?. No ¿yo religiosa? Hubo momentos en que dejé enfriar el llamado de Jesús, me aparté un poco, me daba pena hasta decir que iba a misa los domingos y que me gustaría ser religiosa. De esas cosas, ni hablar.

Pero como esa voz no la podemos cayar, Jesús se valió de los más pobres para enseñarme el camino. Comencé a interesarme por los que tenían menos que yo, por los ancianos, por los niños y en esto me ayudó mucho mi mamá, ella a quien siempre consideré una mujer caritativa, me hacía sensibilizarme ante los que padecen necesidad.

Gracias a Dios las Hermanas siempre iban a mi pueblo a dar convivencias. Y Ahí estaba yo, a veces hasta me olvidaba del tiempo, de mi familia, me olvidaba de todo.
Me llegó el momento de la decisión más dura: salir de mi casa para estar un tiempo con las hermanas. Yo quería ver si realmente ese era mi camino. Tuve mucho miedo, hasta sentí horror de dejar a mi familia. Pero la fuerza de Dios ha sido la comprobación de que este es el camino que Dios tenía preparado para mí. Me costó mucho dejar a mi familia, era lo más grande que tenía. Pero la fuerza de Dios me sostuvo y siempre me sostendrá.
Durante esos primeros años sentí la tentación de volver atrás. Yo venía de un pueblito donde todo era calma, paz, y entrar en el ruido de la capital fue un impacto muy grande. Tuve que aprender a caminar rápido, comer rápido, bañarme rápido. Todo aquí en caracas era rápido. Eso casi me hace volver atrás. También mi mamá se enfermó, eso me causaba preocupación. Gracias a Dios ella retomó la salud y yo pude continuar el camino.
Antes de hacer los votos, a las novicias nos mandan a hacer una experiencia misionera, a mí me tocó hacerla en un pueblo llamado el Pinar. Esta experiencia me encantó, estuve feliz, de estar entre los niños. Estuve trabajando con niños descolarizados. Le enseñábamos a leer, a aprender sobre Dios. Ellos me enseñaron el valor de las cosas pequeñas, de la alegría, del agradecimiento. Me apegué mucho a estos niños.
Ya de consagrada Dios me ha ido indicando el camino para que tenga la certeza de que toda mi vida es para Él, que mi tiempo, mis cualidades, todo lo que tengo es suyo. Soy profundamente feliz de seguirle y de ser consolación.
Por eso Jóvenes no tengan miedo de responderle a Dios, a veces nos cerramos a su voz y le cerramos la posibilidad a otros de que experimenten el amor de Dios a través nuestro. 

María Maura Aranguren

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