FT 92-94
“La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana” (…) Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar”
Si queremos tomarnos el pulso de nuestra calidad espiritual, tendremos que medir el amor; el amor que sentimos hacia los demás, el amor que ponemos en los gestos, en los actos, en la mirada, en la palabra, el amor es lo que da sentido a todo lo que somos y hacemos “Si no tengo amor, no soy nada” dirá San Pablo (1Cor 13, 1-13), el amor es “comprensivo, es servicial, todo lo tolera, no tiene envidia, no se engríe…”
El amor nos hace hermanos y discípulos, seguidores de Jesús
Permanecer en el amor. El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin porque es la vida misma de Dios. Dios no está solamente en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar su modo mismo de amar:
«Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34).
En la medida en que los cristianos viven este amor, se convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo. El amor no puede soportar el hecho de permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y es fecundo, genera siempre nuevo amor.
“En eso conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn, 13, 33)
Y nos los sigue diciendo el Papa
“El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a nade y la fraternidad abierta a todos” (FT)