14 Junio 2020
ESCUCHAR EL SILENCIO
Durante estos días he tenido una experiencia altamente gratificante, he disfrutado de escuchar el silencio.
El día que empezó el estado de alarma, la calle estaba sorprendentemente silenciosa. No había ruidos de coches, ni voces de gente. Se podía escuchar el canto de un pájaro que se acercó a nuestro balcón, o el sonido del aire que movía una palmera.
Nunca había tenido la oportunidad de escuchar todo eso desde casa, y lo pude hacer porque había silencio, porque se podía escuchar el silencio, porque el silencio se había adueñado de la calle y dejaba paso a cosas insignificantes que hasta el momento pasaban desapercibidas.
Pensando en esto, he percibido que algo parecido le estaba pasando a mi interior. Los ruidos de mi cabeza habían desaparecido, el pensamiento se había desacelerado, la agenda cerebral no estaba trabajando, la razón no era la que marcaba el tiempo y la prisa se había esfumado.
En mi interior había empezado a aparecer el silencio y con él empezaba a poder escuchar cosas que hasta el momento no percibía: necesidades, satisfacciones, alegrías, dudas, todo aquello estaba dentro de mí y pugnaba por salir, para que le dejara un espacio.
Había sido un año emocionalmente muy potente y mi interior estaba muy sobrecargado, pero poco a poco lo fui soltando, había que soltar, liberar, dejarlo ir. Solo si lo dejas ir te vacías realmente. Pero quería algo más, quería disfrutar del silencio absoluto. Y tardé varios días en conseguirlo. Pero al final lo conseguí.
Y en ese silencio me encontré con Dios, pero me empeñé de nuevo en hablarle, en llenar de palabras mi encuentro. Me estaba equivocando. ¿Por qué le tenía que hablar si todo aquello Dios ya lo sabía? Lo que tenía que hacer era escuchar. Y acallé mis palabras, y conquisté de nuevo el silencio, a la espera de que él me hablara. Pero no, no dijo nada.
Había de nuevo silencio. Y experimenté que ese silencio me daba una gran paz, y esa paz era lo que más necesitaba.
Inma Borillo