Estos días, sin quererlo, la vida se ha parado para todos, así de repente, casi sin darnos cuenta. El ruido y la vorágine rutinaria, han dejado espacio a muchas cosas: primero a los memes, los vídeos y después al silencio. Un silencio que me causa escalofrío, porque me asomo por la ventana y no oigo a los ancianos, no oigo a los niños y niñas, no oigo los pitidos de conductores impacientes,… Escucho algunas ambulancias, aplausos, la voz apagada de personas que están enfermas o que tienen a algún familiar en el hospital,… Es como una pesadilla de la que todos quisiéramos despertar y siento que cada día que pasa, es una batalla ganada, sobre todo para aquellos que están en primera línea.
Y en medio de todo esto, que ya se ha convertido en rutina, me planteo muchas preguntas y sobre todo la búsqueda del para qué de mi vida, el para qué de mi vocación. Me dan luz las palabras de José Mª Rodríguez Olaizola Sj., en una homilía de estos días de confinamiento. Él decía: “…ser capaces de hacer de nuestro tiempo un tiempo fecundo, para abrazar la verdad del Dios de la misericordia”.
Creo que el “para qué” de mi vida, de mi vocación, es hacer fecundo mi tiempo, el ahora y el mañana, el tiempo que se me permita vivir. Y hago o intento hacer fecundo mi tiempo desde la realidad en la que ahora estoy y tengo. Y lo puedo hacer fecundo estando cerca del que sufre, agradeciendo a tantos que cuidan nuestra salud, rezando por todos, haciendo mi trabajo, escuchando el silencio provocado por el dolor o compartiendo la alegría de la recuperación, la alegría de una vida que nace en medio de este contexto, la alegría de saber que otros me escuchan a mí.
Y así hago fecundo mi tiempo y abrazo la verdad del Dios de la misericordia y de toda consolación. Porque aunque en esos momentos dudemos de Él, Él nos sigue abrazando con misericordia.
Thais Mor Puig, nsc